La civilización capitalista parece transitar hacia un colapso inminente. Pero esta vez no se trata simplemente del fin de un modo de producción y el advenimiento de otro. Desde sus inicios el capitalismo puso en marcha dinámicas de destructividad que hoy alcanzan su clímax: concentración de enormes poblaciones en áreas urbanas, destrucción de la fertilidad del suelo, dependencia social absoluta de la quema de combustibles fósiles, concentración creciente de gases de efecto invernadero en la atmósfera, destrucción masiva de ecosistemas, extinción de especies...
Pero la destrucción de la biósfera es sólo uno de los efectos del sistema de producción capitalista. Otro, es el aniquilamiento de las condiciones que harían posible una acción humana capaz de frenar la catástrofe. ¿Qué respuesta podría esperarse de una sociedad inorgánica formada por individuos psíquicamente desintegrados, inmersos en una cultura mercantil en el seno de unas relaciones sociales cada vez más brutalizadas? En tales condiciones ¿cómo emprender una acción colectiva capaz de revertir el curso desastroso de esta civilización, o al menos de aminorar sus efectos más letales?
Adentrados ya en la barbarie social y en el inminente colapso energético y climático global, la cuestión de producir un mundo postcapitalista coincide punto por punto con la de asegurar la supervivencia de la especie humana.
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